Celebrado siempre como respetable «hombre de Estado» por los plumíferos y corifeos del juancarlismo, al parecer, Pujol se convirtió al independentismo catalanista, repentinamente, en 2012. Y, súbitamente, cayó en desgracia por su ejemplo de dudosa ética y moral en el verano de este año.
Esto supone ocultar de manera premeditada la trayectoria de Pujol: durante casi 25 años trazó firmemente, con la patente de corso concedida por el régimen, la vía hacia la construcción nacional-estatal de Cataluña. Al amparo del estado autonómico, transferidas competencias exclusivas en materia de lengua y educación, construyó sobre los “hechos diferenciales” una identidad nacional, necesariamente contrapuesta y hostil a España, cuyo mito fundacional se basaba en el agravio histórico a reparar, aderezado de victimismo de puente aéreo a Madrid como medio para recaudar fondos del estado central.
Transcurridas casi cuatro décadas de catalanización pujolista con el auxilio de los tío Tom del PSC y después de una feroz persecución de lo español, un sector de población en Cataluña ya no se considera española: se movilizan en las liturgias independentistas de la Diada promovidas por la Generalitat y el entramado de asociaciones satélites de CDC y la rancia oligarquía burguesa de Barcelona, Òmnium y la ANC; lucen esteladas en sus balcones; y, cada vez más, optan por el independentismo con solera, ERC, formación de republicanismo casposo a la que todos los sondeos auguran en las próximas municipales de 2015 el sorpasso sobre CiU, la coalición que antaño liderara el «molt honorable».
Esta masa antiespañola de Cataluña, formada por varias generaciones, es la gran contribución que Pujol ha rendido al soberanismo catalanista que vive su proceso de «transición nacional hacia un nuevo estado en Europa», pilotado ahora por su malogrado pupilo, Artur Mas, con el aliento en la nuca de Junqueras.
De la misma manera que con el beneplácito del juancarlismo Pujol pudo construir su cortijo etno-lingüístico en Cataluña, se le permitió tejer su red clientelar, así como financiar CiU al estilo mafioso compartido por toda la partitocracia borbónica. Muestra de ello es el caso Palau, las famosas mordidas del 3% –Carod Rovira, ex líder de ERC, declaró que un preboste de CiU le confesó que eran de, al menos, el 5%– para obtener licitaciones de la Generalitat.
Y durante ese periodo el régimen le concedió a Pujol la condición de intocable y pudo disfrutar de su patrimonio evadido en paraísos fiscales hasta hoy. En aquellos tiempos que la gente iba a Andorra a comprar tabaco, chocolate y baratijas electrónicas, la quintaesencia de la rancia burguesía antiespañola de Cataluña, los Pujol-Ferrusola, iban al país de los Pírenos a ocultar sus ahorrillos multimillonarios.
Quizá, toda la basura andorrana ha salido a relucir, oportunamente, justo en vísperas de la consulta del 9 de noviembre enmarañada con las tropelías de la prole de Pujol, los blanqueos de Jordi junior y Oleguer y el procesamiento por cohecho y tráfico de influencia de Oriol. Un torpedo lanzado a la línea de flotación del buque insignia del soberanismo desde las profundidades de las alcantarillas del régimen que desde sus propios presupuestos sólo quiere atemperar por estos medios a quienes en Cataluña han instituido la desafección y el odio a España. Porque para el juancarfelipismo, en el fondo, no hay desacuerdo con el nacionalismo soberanista catalán, que Cataluña sea soberana y nación. Pero sí en la forma: sosegadamente, en el seno de la confederación borbónica hacia la que avanza inexorablemente el estado autonómico, en un proceso instado desde arriba desde tiempo atrás, cuyos ritmos no es preciso precipitar con ultimátums ni aspavientos tremebundos.