Los bonzos de las grandes centrales sindicales, entregados al chalaneo negociador tras la última huelga general de 2010 –entre cuyos logros recientes se halla el sometimiento de los trabajadores españoles a la contención salarial hasta 2014–, han desenterrado nuevamente el “hacha de guerra” ante la reforma laboral del gobierno del PP y han convocado huelga general el 29 de marzo bajo el lema «Quieren acabar con todo», en alusión al cañoneo dirigido a desarbolar los derechos de los trabajadores y el Estado social. El líder de UGT, Cándido Méndez, ha denunciado que el «gobierno pretende que estas medidas sean para toda la vida». Es decir, los grandes sindicatos estarían dispuestos a tragar con los recortes laborales, provisionalmente, mientras se produce la ansiada recuperación económica. Su horizonte no es otro que reconducir, según declaran, la reforma a una negociación manteniendo «la presión social hasta que el gobierno rectifique».
Sin embargo, no hay vuelta atrás. Eurolandia gestiona la crisis mediante el implacable desguace del modelo de estado capitalista alumbrado tras la Segunda Guerra Mundial, el Estado de Bienestar, y todo lo que engloba: asistencia sanitaria, pensiones, prestaciones, jubilaciones, servicios públicos, etc. El régimen juancarlista, a instancias de Berlín, anteriormente con Zapatero y ahora con Rajoy, ha desencadenando la guerra social contra los trabajadores españoles.
Mariano Rajoy, antes de aprobar la reforma daba entrada en escena a los sindicatos afirmando, off the records, que le iba a «costar» una huelga general. Pero es un coste asumible, todo queda en familia: los grandes sindicatos, UGT y CCOO, forman parte del engranaje de la monarquía de los banqueros. Son órganos de este estado al servicio del gran Capital. Incardinados en el aparato del mismo, son mantenidos mediante subvenciones y otras bicocas en atención a sus labores formativas y consultivas. Su función esencial es contribuir a la «paz social».
No sin dudas, tras el fracaso del 29-S y con una trayectoria de desprestigio por su pasividad ante la crisis, los sindicatos del régimen han dado el paso obligados por las circunstancias, mediante la adopción de las regladas medidas de conflicto colectivo, llamando a los trabajadores a participar en su estéril ritual huelguístico, una espita con la que desfogar tensiones, cuyos efectos resultan tan inocuos para los planes de ajuste como desmovilizadores. En las 24 horas que dura la huelga finalizará el simulacro de «conflicto social». Habrán cumplido con su papel y se harán dignos merecedores de las subvenciones que reciben.
Apuntes para la lucha
Frente al programa de aniquilación social del Euro-Reich y su protectorado juancarlista sólo puede plantearse un combate político por nuestra soberanía e independencia nacional. No es otra huelga general lo que necesitamos, sino una rebelión nacional hasta conseguir el derrocamiento de este régimen al servicio de las oligarquías de las finanzas y los oligopolios del reino y vasallo del IV Reich, mediante la acción directa de masas de los trabajadores españoles, auto-organizados al margen de los aparatos sindicales en asambleas soberanas en centros de trabajo y estudio. La extensión de la lucha debe trascender el ámbito laboral y englobar a todos los sectores afectados por la ofensiva del capital: parados, jóvenes estudiantes, pensionistas, funcionarios, autónomos, pequeños y medianos empresarios…
El equívoco camino de Grecia
Grecia muestra que ninguna de las huelgas generales convocadas por las centrales sindicales ha servido para detener o rectificar los planes de ajuste impuestos por la troika al gobierno heleno a cambio de los rescates.
En periodos de crisis agudas las huelgas no son efectivas como armas para la defensa de los intereses de los trabajadores. Es absurdo paralizar una economía que ya lo está por los propios efectos de la recesión y en la que abundan stocks ociosos que no esperan ningún destinatario.
A cada paquete de “ayudas” han seguido medidas de austeridad, privatizaciones y despidos masivos en sector público aprobados en el parlamento heleno. En Grecia, España o Portugal no es un conflicto socio-laboral, sino un combate político contra los gobiernos antisociales y antinacionales el que se debe emprender. La huelga, indefinida por supuesto, puede ser un instrumento más de lucha, pero no la forma suprema de lucha. Antes bien, la ocupación de la calle y las concentraciones frente a sedes institucionales y de la partitocracia deben marcar un curso creciente de movilizaciones.
Designar al enemigo
Resulta caricaturesco atribuir a abstracciones como los “mercados”, los lobbies financieros o a los conservadores de la UE una conjura con chisteras, champán y caviar. Toda la izquierda y derecha del capital en Europa se ha plegado gustosamente a la «gobernanza europea», toque de silbato del imperialismo alemán. La “locomotora” de Eurolandia, Alemania, exige la contención de los déficits y el gasto público para la articulación de un espacio bajo su férula que pueda concurrir con otros polos de rivalidad capitalista a nivel mundial. Se impone un proceso de devaluación interna de los países periféricos, cuya docilidad está asegurada con el dogal de la deuda, en aras de la competitividad de la UE. Las reformas estructurales, entre las que se incluye la reciente que afecta al mercado laboral en España, obedecen a esta finalidad. A la izquierda y la derecha del juancarlismo, al PSOE y el PP, no le ha temblado el pulso en recortar los sueldos de los funcionarios, congelar las pensiones, retrasar la edad de jubilación, subir impuestos indirectos y aumentar la presión fiscal sobre las rentas del trabajo, abaratar el despido, laminar derechos colectivos de los trabajadores, etc.
El peso de la chatarra ideológica
La invocación de “unidad de acción” con los “sindicatos de clase” ofrece la coartada para que la extrema izquierda, el bloque crítico, forme parte del séquito tras la pancarta de los sindicatos del juancarlismo. Un conglomerado de siglas y grupúsculos de todo pelaje con pretensiones antisistema se ponen a rebufo de los culos de Méndez y Toxo: trotskistas, estalinistas, maoístas, anarcosindicalistas de las centrales CNT y la CGT y los “alternativos” de Solidaridad Obrera. El mito de la huelga general revolucionaria sirve para que la historia se repita siempre como farsa.
Los antidisturbios del régimen
Las acciones de los matones sindicales a las puertas de las fábricas ofrecerán el pretexto para las cargas de la derecha conservadora y liberal contra los derechos y conquistas de todos los trabajadores españoles. Su principal discurso es hacer valer la “legitimidad” de la mayoría absoluta obtenida en las urnas frente a cualquier conato de resistencia y lucha en la calle, tildándolo de subversivo y antidemocrático, cuando no inspirado por los manejos en la sombra de la oposición. Pero no hay legitimidad que valga cuando se legisla contra los intereses del 98% de la población.
¿En defensa del “Estado del bienestar”?
El “Estado social” es una construcción del capitalismo de posguerra que ha ido de más a menos. A cada una de las sacudidas cíclicas que ha padecido este sistema le sigue una concienzuda labor de zapa en los cimientos de su arquitectura social y laboral. La escombrera es su irremisible destino.
No se trata de resistir al grito de ni un paso atrás y enrocarse en las conquistas de los trabajadores amparadas por el artefacto keynesiano. Dejemos en este juego a la socialdemocracia en bancarrota. En el remoto supuesto de que se lograra contener momentáneamente la ofensiva neoliberal, a la vuelta de dos días estaríamos en las mismas. Ya es hora de dar tres pasos adelante y construir un estado verdaderamente democrático y socialista. Y para esto no sirven ni los grandes aparatos sindicales y sus huelgas generales, ni las Cortes y sus elecciones.