Estados Unidos persigue el acoso y derribo de Rusia con una política de cerco hasta alcanzar prácticamente sus fronteras, tanto en el este de Europa como en el Cáucaso: la interposición de estados-tapón mediante su integración presente o futura en la OTAN, se ha completado con el despliegue del sistema armamentístico conocido como «escudo antimisiles», dirigido a eliminar el equilibrio militar entre las dos potencias privando a Rusia de su capacidad disuasoria. Las movilizaciones en Kíev, quizá inicialmente sinceras, de la sociedad ucraniana han acabado sirviendo de instrumento para intentar culminar el acorralamiento de Rusia en su patio trasero mediante un enclave otánico coordinado económica y políticamente por el Euro-Reich que además diera al traste con el proyecto de la Unión Euroasiática, un proyecto de integración económica y política liderado por Moscú.
El incumplimiento por la oposición de los compromisos alcanzados el 21 de febrero y la defenestración del presidente ucraniano Yanukóvich ha desatado la inmediata reacción rusa con la toma del control militar de Crimea, adelantándose a la posibilidad de que sea denunciado por las nuevas autoridades de Kíev el acuerdo bilateral de utilización rusa de bases militares en la península de Crimea o, incluso, a una intervención militar en Ucrania de la propia OTAN bajo cualquier coartada, como por ejemplo el desarme de los radicales y grupos de autodefensa del Euromaidán.
Ante el asedio a Rusia
El Partido Nacional Republicano celebra la decisión del Senado de la Federación Rusa autorizando al presidente Putin el envío de tropas a Ucrania. La caótica situación de este país, instigada por un Euro-Reich a remolque de Washington justifica la defensa de los intereses geopolíticos de Rusia en la región y por ende la estabilidad en el orbe.
En la Ucrania oriental rusófona, donde mayor respaldo tiene el partido de Yanukóvich, se ha extendido el convencimiento de la ilegalidad de los acontecimientos en Kíev saldados con la derogación de la constitución vigente y la instauración de un gobierno ilegítimo. Las autoridades administrativas locales no reconocen el cambio de gobierno y lo denuncian como un golpe de Estado.
Más concretamente, en Crimea el despliegue de tropas rusas responde a la petición de la autoridad de esta república autónoma, integrada mayoritariamente por población de origen ruso, para la protección de sus ciudadanos frente a la amenaza de los extremistas anti-rusos instalados en Kíev con el respaldo de las cancillerías de la UE y EEUU.
El PNR no reconoce los procesos separatistas bajo el pretexto de consideraciones étnicas. En el caso de Crimea la disyuntiva es otra: el conflicto se remonta al proceso de descomposición de la Unión Soviética cuando, al tiempo que los ucranianos imponían su deseo de independencia, la voluntad de los habitantes de Crimea se manifestó a favor de continuar los lazos históricos con Rusia. Crimea formó parte Rusia desde el siglo XVIII hasta 1954 cuando fue transferida administrativamente a la república socialista soviética de Ucrania. La revocación en 1992 de esa transferencia no fue aceptada por las autoridades postsoviéticas ucranianas, que poco después, anularon su constitución y recortaron su autonomía.
Por otro lado, los llamamientos al respeto de la soberanía e integridad de Ucrania y la no injerencia en sus asuntos por parte de quienes han intervenido desde el principio en su crisis y sistemáticamente vulneran el derecho internacional en todo el mundo, esto es, EEUU, la UE y su brazo armado, la OTAN, no dejan de ser un evidente ejercicio de hipocresía y cinismo que no tiene ninguna validez a no ser que se admita un doble rasero.
«Que se joda la UE»
Merkel y Hollande se las prometían felices con la apertura de un nuevo mercado a expoliar mediante el acuerdo de asociación de la UE con Ucrania lo cual, a todas luces, para este país supondría a cambio de unos cuantos millones de euros la imposición de «reformas estructurales» y la ruina absoluta como la que ya han experimentado otros países europeos del este o los propios miembros de la periferia de la eurozona.
El giro de Yanukóvich en el último momento hacia la mejor oferta económica rusa precipitó los acontecimientos del Euromaidán a los que Eurolandia ha dado cobertura apadrinando la revuelta en una nueva versión germánica del Drang nach Osten en forma de imperialismo de chequera. Una apuesta muy fuerte que deja en entredicho la viabilidad de la entente energética alemana con la estatal rusa Gazprom a través del oleoducto Nord Stream y, paralelamente, en lo que respecta a Francia, con el todavía inconcluso gaseoducto South Stream.
Siempre que la UE, esto es Francia y Alemania, toman cartas en asuntos europeos es para sembrar la cizaña con el resultado de catástrofe y horror, como en Yugoslavia y Kosovo. Sin embargo, el último beneficiario de la incapacidad europea para sacar tajada de sus siniestros tejemanejes es Estados Unidos. De forma gráfica lo expresaba su enviada especial en Europa, Victoria Nuland con un contundente «fuck the EU», adelantando un arreglo para Ucrania sin la participación de, a la postre, sus subordinados europeos que en todo caso, serán los invitados a poner el dinero que precisa este país en bancarrota.
Por un orden multipolar
Se ha subestimado la determinación de Putin, un mandatario que no ha dudado en aseverar que «Rusia no es un proyecto, es un destino. Ya saben, es vida». Ante los retos impuestos por sus rivales, Rusia está impelida a asumir un decidido papel en la escena internacional en una lucha a tumba abierta por su supervivencia. Ello la posiciona como contrapeso político, diplomático y militar frente a un pretendido orden unipolar que se resquebraja por momentos. Esto ha contribuido, por el momento, a frustrar la agresión directa a Siria y a restituir los principios clásicos y civilizados del derecho internacional violados sistemáticamente en nombre de la barbarie humanitaria y del «derecho a la injerencia» por quienes blandiendo su “excepcionalidad” han arrasado Yugoslavia, Afganistán, Irak o Libia.
Pero la pujanza rusa, primordialmente, favorece la restauración del mundo concebido como un pluriverso en la que la Historia retorna a su devenir pese a los fraudulentos discursos que preconizaban su clausura en el “mercado”.
Más allá de que este capítulo de lucha de bloques discurra en términos de concurrencia inter-imperialista, el PNR prima la dimensión geopolítica y geoestratégica de la Federación Rusa como potencial aliada, si no integrante, de una confederación democrática y socialista de estados europeos liberados del yugo de Eurolandia y la tutela yanqui.