Los recientes bombardeos rusos en Siria sobre las posiciones de los mercenarios islamistas de Estados Unidos, sus adláteres de la OTAN, las monarquías corruptas del Golfo e Israel, no sólo significan un audaz golpe de Moscú a los criminales planes de barbarie y exterminio auspiciados por la «comunidad internacional», en la que se incluye Eurolandia, en Oriente Medio. Para estupor de la “coalición anti-Isis” liderada por Washington y desaire de su privilegiada aliada Tel´Aviv, la entente de Rusia con Irán, Irak, Siria y la milicia libanesa Hezbolá les ha arrebatado de forma descarada la hegemonía en la región. Tal decidida acción trasciende este ámbito regional y geopolítico: ante todo, representa la arrolladora emergencia de un saludable y necesario orden multipolar en el que Rusia está llamada, por derecho propio, a ocupar un papel protagonista en el reequilibrio de un mundo a la deriva.
A diferencia de la intervención militar comandada por el Pentágono que dura ya más de un año, supuestamente, contra Estado Islámico (ISIS), que en realidad da cobertura y apoyo aéreo a los asesinos takfiris del Califato Islámico y destruye concienzudamente las infraestructuras de Siria con el objetivo declarado de derrocar a Al-Assad, Rusia ha demostrado y puesto en evidencia que se puede aniquilar al ISIS, y a todos los sicarios de la “oposición” ramificada en diversos grupos terroristas islamistas, en unos pocos días. La Federación Rusa interviene bajo los principios del derecho internacional clásico y civilizado en defensa de la soberanía nacional de la República Árabe Siria, respondiendo a la petición siria de ayuda militar, así como en nombre de sus propios intereses nacionales, previniendo el despliegue de las tenebrosas hordas islamistas sobre el Cáucaso.
Como es conocido, desde Estados Unidos y sus cancillerías vasallas se preconiza la injerencia que, no sólo implica la violación sistemática de la soberanía siria mediante los ataques aéreos de las fuerzas de la “coalición”, sino también el apoyo financiero, militar, logístico y de inteligencia a bandas armadas de islamistas de todo pelaje para derrocar a su gobierno y asolar Siria.
Ante el desafiante despliegue ruso en Siria, las amenazas del premio Nobel de la Paz, Obama –«Cualquier intento de Rusia e Irán de apoyar a Assad e intentar pacificar a la población le va a meter en un lodazal, no va a funcionar»–, se han traducido de inmediato en la orden de arrojar desde el aire munición y equipamiento en auxilio de los fantasmales «rebeldes moderados» de cuya existencia nadie ha podido dar fe, que al igual que los flamantes Toyotas que financió el Departamento del Tesoro caerán, no por casualidad, en manos de los sanguinarios takfiris del ISIS o Al Queda.
No disimulamos que el Partido Nacional Republicano asiste alborozado a esta entrada en escena de Rusia en Siria por doble partida: tanto porque puede significar el fin de la agonía del pueblo sirio y la derrota de la conjura que padece, como por la propia consolidación de Rusia en potencia de primer orden en una trayectoria firme y ascendente desde su intervención en Georgia en 2008, sólo empañada por su errática posición en relación a Libia, expiada con su plante en Siria en 2013 frente a las “humanitarias” intenciones de bombardearla, y revalidada en Crimea desbaratando las asechanzas de la OTAN en Ucrania.
La milenaria Siria y las repúblicas de los unionistas rusos de Donetsk y Lugansk son hoy los frentes de un novedoso tipo de guerra global convertidos en lugares simbólicos de una lucha heroica de resistencia tenaz y esperanzadora.