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Los «libertadores» de Siria
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Hay una guerra imperialista no declarada contra Siria, operada a través de los peones regionales de USA en Oriente Medio: Turquía, miembro de la OTAN; el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG); y últimamente, de forma cada vez más directa, Israel.

Todos estos actores participan en el conflicto sirio conjurados para derrocar a Al-Assad por diversas motivaciones de índole política, económica, geoestratégica y geopolítica. Pulverizar Siria supone, primordialmente, quebrar la pata del trípode de una alianza que haría tambalear al régimen iraní de los ayatolás y al partido-milicia libanés Hezbolá. Como afirmamos en su día en esta misma página el camino hacia Teherán pasa por Damasco.

 

Los rebeldes y el tercer interesado

El pretexto de detener la represión del régimen de Bashar Al-Assad y desalojarle del poder ha dado cobertura a una agresión imperialista en toda regla contra un estado soberano y, a la postre, contra su pueblo instigando y alimentado una cruel "guerra civil".

USA, el CCG e Israel pretende dar una patada a Irán en el culo de los desdichados sirios. Turquía aspira además a prodigarse en todo Oriente Próximo como modelo de islamismo moderado y faro de crecimiento económico en pos de pretéritos esplendores otomanos. Otros miembros de la OTAN y de la UE, como el Reino Unido, Francia y el reinito borbónico también jalean la guerra en aras de su vasallaje trasatlántico o persiguiendo su reafirmación como potencias en el concierto internacional.

Esta coalición de facto ha tomado partido por la oposición en armas, el autodenominado Ejército Libre Sirio, formado por desertores del ejército regular sirio y una caterva de milicias, la mayoría combatientes salafistas procedentes de todo el mundo islámico (chechenos, libios, saudíes, marroquíes, iraquís, etc) e incluso de la inmigración musulmana en Europa. Asimismo, hay señores de la guerra locales como la Brigada Al Faruk, émulos come-vísceras de Hannibal Lecter, alias Hannibal el Caníbal. Estos grupos armados coinciden en ser abanderados de valores tan avanzados y democráticos como imponer la ley coránica (la Sharia), practicar detenciones arbitrarias y ejecuciones sumarias y la violencia sectaria en los rincones de Siria en los que se han hecho fuertes.

Uno puede preguntarse, como solía hacer el escritor Josep Pla, «y esto, ¿quién lo paga?» Las bandas yihadistas son financiadas y armadas con los petrodólares de la monarquía absolutista y teocrática wahabí de Arabia Saudí y del emirato de Catar. Igualmente, obtienen fondos de la secretaría de Estado norteamericana. Los grupos rebeldes reciben amparo, soporte logístico y de inteligencia del gobierno islamista de Erdogan en la avanzadilla otánica turca; y su entrenamiento se extiende a los campos de otros países limítrofes como Jordania.

Por supuesto, en el otro lado diametralmente opuesto, hay otros interesados en mantener el statu quo anterior a la guerra y por tanto se alinean en mayor o menor grado con el régimen sirio: son Irán, Hezbolá, Rusia y, de modo más difuso, China. La trayectoria de estas dos potencias emergentes en el conflicto sirio permite augurar una saludable dinámica multipolar en el escenario mundial venidero.

El despliegue de medios de Rusia a favor de Siria confiere grandes implicaciones a esta guerra. Trasciende el interés ruso en vender armas, mantener su base naval de Tartús o dar paso a oleoductos desde su territorio. Es una apuesta estratégica de gran calado; no sólo por la pujanza en el juego de concurrencia inter imperialista en Oriente Medio, sino por su misma supervivencia. Tal empeño pro Al-Assad, y por extensión pro-iraní, sólo cejará, quizá, si en contrapartida Rusia obtuviera concesiones de USA en relación al escudo antimisiles. El aumento de la escalada mostrará hasta dónde está dispuesta Rusia a llegar para evitar una intervención militar de Occidente.

 

Contradicciones

Ya resulta infumable el relato de la llamada «primavera árabe», una oleada supuestamente democratizadora del Magreb al Máshrek que sólo ha alzado gobiernos islamistas. En Túnez y Egipto a pesar de Occidente, que ha perdido en la revueltas a sátrapas locales como Mubarak. En Libia, gracias a su intervención manu militari, con las bombas de la OTAN desbrozando el camino del tafkirismo integrista hacia Trípoli, el resto del Norte de África y el África subsahariana.

En Siria se ha puesto en evidencia que el intervencionismo a favor de los «buenos», en nombre de la democracia y el humanitarismo, por mucho que se empeñen en hablar de «rebeldes moderados», implica apostar por radicales islamistas, los mismos «malos» que Norteamérica y sus adláteres dicen combatir en Afganistán, Irak, Pakistán, Yemen, etc. Con hipocresía, los medios de comunicación intentan mantener un discurso contradictorio y confuso: mientras se denuncia al terrorismo islamista como el enemigo principal y la mayor amenaza de las sociedades occidentales en todas las cadenas de televisión y mass-media −como se ha podido comprobar recientemente, con ocasión de los últimos atentados de Boston y Londres−, Occidente apoya incondicionalmente a los «rebeldes» sirios que luchan contra el régimen secular de Al-Assad sin importarle que, precisamente, sean islamistas radicales y que una de sus fracciones, el Frente Al-Nusra, pertenezca a Al-Queda.

 

Últimos acontecimientos

Sin duda, sin el activo papel protector que juega Rusia, Siria ya habría sido arrasada por las bombas de la OTAN para delirio de Bernard-Henri Lévy y otros progres belicistas de pro. Resulta notorio que con este apoyo –y el de Irán−, el régimen de Damasco está resistiendo la embestida e incluso tomando la iniciativa. Los libertadores, los insurgentes islamistas, sobre el terreno pierden posiciones diariamente y no alcanzan ninguna victoria significativa, aparte de estremecer el corazón de la capital siria con matanzas de civiles con coches bombas, atentados suicidas y otros ataques terroristas. El tiempo juega a favor de Al-Assad. Siria, por el momento, está obteniendo una victoria en todos los frentes: diplomático, militar y moral.

No por casual, coincidiendo con esta consolidada ventaja a las puertas de una conferencia de paz muerta, la Casa Blanca ha querido dar una vuelta de tuerca a Al-Assad denunciado el posible uso de arsenales químicos contra la población civil de acuerdo a un guión trazado desde meses atrás. Constituye, conforme a sus advertencias, traspasar una «línea roja» que implicaría una involucración mayor de Estados Unidos, sin excluir el uso de la fuerza. Sin embargo, según fuentes de la propia ONU, sólo se ha podido demostrar que estas armas han sido empleadas por los «rebeldes», quienes serían los únicos interesados en propiciar una intervención militar exterior.

Así, en base a los informes de sus servicios de inteligencia, cuya credibilidad y fiabilidad resulta tan dudosa como en el caso de las míticas armas de destrucción masiva de Irak, el premio Nobel de la Paz Obama ha anunciado el apoyo militar directo a los «rebeldes», sin concretar todavía las medidas.

Además, Washington ha dado luz verde a su procónsul en la zona, Israel, para tomar cartas en el asunto. Invocando su sacrosanto derecho a la seguridad, al parecer amenazado por supuestos envíos de armas al Líbano con destino a Hezbolá, el estado hebreo ha lanzado varios ataques con misiles contra la capital siria, ciscándose en toda la legalidad internacional. Acciones militares que se suman al despliegue de tropas israelíes en la frontera de los territorios ocupados a Siria, los altos del Golán.

Para ejercer presión, «los amigos de Siria», tratan de incluir en las listas internacionales de grupos terroristas a Hezbolá, cuyos voluntarios combaten en la filas de Al-Assad. El levantamiento de Eurolandia del embargo a los rebeldes es otra medida a la desesperada que, en clave nacional, retrata nuevamente la naturaleza criminal del régimen juancarlista con su ministro de Exteriores, Margallo, oficiando de vulgar traficante de armas del reino para la Coalición Nacional Siria, organización sin estatus internacional reconocido que aglutina a la oposición a Al-Assad.

 

No a la injerencia en Siria

La posición del Partido Nacional Republicano respecto a este conflicto no pasa por abrazar la causa de ninguna de las fuerzas en liza, sino por denunciar el carácter imperialista del núcleo occidental y sus aliados regionales, envuelto como siempre con el manto de la mentira y las monsergas humanitaristas para perpetrar todo tipo de tropelías e injerencias sangrientas.

Como siempre, en Siria o en el fin del mundo: ¡Contra toda intervención imperialista! ¡España, fuera de la OTAN! ¡Fuera las bases yanquis del territorio nacional!