A una nación en descomposición le surgen enemigos interiores y exteriores. Marruecos es uno de ellos, exterior, que periódicamente pone en jaque al Estado español. Éste, carcomido en sus entrañas por el caballo de Troya del sultán alauita, queda una y otra vez reducido al oprobio ante la ciudadanía y a la humillación en la escena internacional. ¿Quién se esconde en las entrañas de ese caballo de Troya? El poderoso lobby pro marroquí incrustado en la Zarzuela que incluye al PSOE y sus grupos mediáticos, y a los sectores empresariales instalados en Marruecos.
Marruecos no es un «país amigo con el que sólo hay algunos roces». Y no puede serlo porque reivindica territorio nacional español: Ceuta, Melilla, las plazas de soberanía y las islas Canarias. Sus intereses chocan frontalmente con los de nuestra nación.
Ceuta y Melilla nunca han pertenecido a Marruecos. Melilla fue conquistada por los Reyes Católicos a finales del siglo XV, al mismo tiempo que las islas Canarias. Entonces, Ceuta ya era una ciudad portuguesa que pasó a la monarquía española en el siglo XVI. El actual estado marroquí remonta sus orígenes a la instauración de la dinastía saadi a mediados del siglo XVI. La dinastia alauita se hizo con el poder en 1669.
La Historia es un cajón de sastre que puede servir para casi cualquier reclamación política. El sultanato marroquí se remonta hasta la Edad Media para justificar sus reivindicaciones territoriales. Cualquiera que conozca la historia medieval de España, por ejemplo, comprenderá el alcance de tal disparate. Con todo, tratar de calmar las ansias expansionistas de la dinastía alauita con lecciones de historia es una pérdida de tiempo.
¿Qué es Marruecos?
La permanente campaña de imagen que el lobby pro-marroquí vende en España pretende ocultar la realidad del sultanato alauita. Se trata de un Estado autocrático con apariencia pseudo-democrática. Su soberano, además de gobernante absoluto es la máxima autoridad religiosa de sus súbditos musulmanes, por cuanto afirma descender del inventor del islam, Mahoma. Es un gobernante que al tiempo que posee gran parte de la economía marroquí, lo que le proporciona una de las más grandes fortunas del mundo, mantiene a sus súbditos sin servicios básicos como la sanidad, educación, etc. Es un gobernante que mientras gasta ingentes sumas de dinero en mantener la ocupación militar del Sáhara occidental expulsa a millones de sus súbditos a la emigración.
Y es, un entrañable amigo, “pariente”, “hermano”, “hijo”… del rey de Expaña, Juan Carlos de Borbón. Éste, que lloró de tristeza la muerte de Hasán II, ya ha anunciado que acudirá raudo a entrevistarse con Mohamed VI tras los recientes acontecimientos de Melilla. No por casualidad, el Borbón ha visitado más veces la corte alauita que Ceuta o Melilla.
Realidad geopolítica
Estratégicamente, los intereses de España y Marruecos se enfrentan en dos cuestiones básicas: la ocupación del Sáhara occidental, antiguo territorio español, y las ciudades y plazas de soberanía españolas en el norte de África.
Con un objetivo final bien definido, como es la ocupación de Ceuta y Melilla, los sultanes alauitas desarrollan una estrategia diferida en el tiempo pero constante. Tensan la cuerda al tiempo que logran diferentes victorias tácticas, cuando no se cobran excepcionales piezas de caza como el Sáhara occidental. Saben aprovechar la debilidad política del Estado expañol, como cuando agonizaba Franco en 1975 y su sucesor a título de rey, Juan Carlos de Borbón, se aprestaba a tomar las riendas con su camarilla.
Marruecos celebra como un acontecimiento histórico la Marcha Verde, aquella operación cívico-militar perfectamente planificada, que se saldó con la conquista del Sáhara occidental, la plantación de colonos y las matanzas de saharauis. La reciente operación de las ONG marroquíes en la frontera melillense sigue este mismo patrón: la instrumentalización de aparentes organizaciones civiles como vanguardia del ejército del sultán. La acción de los agitadores marroquíes en la frontera de Melilla se basa en el mismo principio que aquella: la utilización de un escudo “civil” que evite la respuesta militar. El sultán alauita confía en que Ceuta y Melilla caigan así.
Además, mantiene otros frentes abiertos con los que hostigar al Estado expañol: el tráfico de drogas convertido en arma social, la creación de crisis humanitarias mediante el envío masivo de pateras cargadas con africanos, la extensión unilateral de las aguas territoriales y el ametrallamiento y captura de pesqueros españoles, el desmantelamiento de gran parte de la flota pesquera española al cerrar sus caladeros, las provocaciones como la del islote Perejil, etc.
Actualmente, Mohamed VI cuenta con diversas bazas:
Su posición como aliado de EE.UU desde que sirviera de contención a aquella Argelia anti-occidental en el Magreb. Ahora como valladar del terrorismo islámico que, según la doctrina yanqui-sionista, irradia del eje del mal dirigido por Teherán. Cuenta también con la tradicional protección de Francia.
La demagogia pro musulmana de Obama, tendente a granjearse la simpatía del islam moderado para aislar al radicalismo de Irán y su zona de influencia en Siria, Líbano, la resistencia palestina, etc.
La ostensible debilidad de Expaña, manifestada en la incrustación de los movimientos nacionalistas antiespañoles en el régimen y su evolución política hacia la desarticulación nacional, junto con la presente situación económica catastrófica.
La «alianza de civilizaciones» de Zapatero, funcional, por un lado, a la actual orientación de Obama. Por el otro, proporciona al sultán de Rabat signos inequívocos de aliento a sus aspiraciones, como la reducción de las guarniciones de dichas ciudades o una propaganda ambigua respecto de la naturaleza política de éstas. A esto se suma la actitud de Zapatero ante el Sáhara, evidente en el caso Aminatu Haidar, rompiendo la línea española de defensa del referéndum saharaui frente a las ambiciones marroquíes. Y, en fin, si a los piratas somalíes les han valido las amenazas y el chantaje, ¿por qué no a Marruecos?
Solución
La sombra de tres monarquías cubren de vergüenza el estrecho de Gibraltar: la británica, la alauita y la borbónica. Para la ONU, Gibraltar es una colonia. De vez en cuando ha sermoneado, en vano y con la boca pequeña, al Reino Unido para que la descolonice, lo que significa llanamente que retorne a soberanía española. Al mismo tiempo reconoce, como no podría ser de otra manera, a Ceuta y Melilla como ciudades españolas. Ahora bien, todo esto puede cambiar en función de los intereses de los mandamases internacionales.
Pero si las resoluciones de la ONU o del Tribunal de La Haya a favor del Sáhara occidental no han torcido la voluntad del sultán alauita, no le va a afectar lo que la ONU diga sobre Ceuta y Melilla. Así, la corte del sultán alauita no ceja en sus reclamaciones y el PSOE, los nacionalistas antiespañoles y la extrema izquierda le apoyan, de forma solapada o abierta, con el fin de desarticular todos los flancos de lo que queda de la nación española. Entretanto, el Borbón encubre la operación, prodigándose en zalemas hacia Mohamed VI.
La tarea que el PNR se da en esta cuestión es la única que garantiza la españolidad para siempre de nuestros territorios norteafricanos: coadyuvar al derrocamiento del régimen juancarlista e instauración de una república nacional española que recupere Gibraltar y asegure con mano firme la defensa de Ceuta, Melilla y las islas Canarias ante las ambiciones de potencias extranjeras. Así como la propuesta de una vinculación federativa a las antiguas provincias españolas del Sáhara occidental y Guinea ecuatorial.