La ejecutoria reciente de Eurolandia se salda con multitud de ejemplos de reconocimiento, cuando no promoción directa, de procesos disgregadores en estados limítrofes cuyos despojos, en la mayoría de casos, han sido fagocitados por la Unión Europea(UE): repúblicas bálticas; partición de Checoslovaquia; repúblicas ex yugoslavas; Kosovo.
La retórica grandilocuente a la que acostumbra el europeísmo oficial como la que se refiere al espacio de libertad, justicia y seguridad que se presupone conforma la UE y que sustancia la razón de la euroórdenes en la mutua confianza entre estados miembros que comparten los mismos principios, valores y prácticas, se compadece mal con el periplo del prófugo Puigdemont quien, sin ser prácticamente inquietado, ha podido recorrer libremente Europa de la ceca a la meca.
No sorprende que haya sido, precisamente, el tribunal de un Land alemán el que haya excarcelado a Puigdemont, finalmente tras su detención en cumplimiento de la euroóden, para alborozo del independentismo catalán y gloria del europapanatismo abyecto del reinito de Expaña. La consustancial e histórica inclinación germánica por la Europa de los pueblos y las etnias arranca del romanticismo, pasa por el nazismo y arriba a las simpatías indisimuladas que esta causa suscita en el entorno de sus principales partidos. Desde la CDU al SPD, Die Linke o los Verdes.
Así no es de extrañar que la ministra de justicia alemana del SPD, en el gobierno de coalición con Merkel, haya respaldado públicamente la decisión de un tribunal regional alemán enmendándole la plana al Tribunal Supremo de un estado miembro y clamado, como los separatistas catalanes, por una “solución política”, aunque según las informaciones periodísticas posteriormente lo haya aclarado, desmentido o matizado.
Mientras la justicia española se afana en claificar a la alemana que España no es Turquía y sus cárceles no son turcas, el ministro de exteriores Dastis hacia lo propio con declaraciones para rebajar la tensión de lo que en otras latitudes hubiera supuesto una crisis diplomática inmediata ocuanto menos hubiera generado las correspondientes protestas formales.
El cabeza del ejecutivo, Mariano Rajoy, como buen lacayo de Berlín, ha aprovechado el incidente para profesar su europapanatismo y proclamarse “profundamente europeísta”, elogiar la democracia alemana, la “modélica” actuación del ejecutivo teutón y ¡acatar la decisión de un tribunal de justicia regional alemán!
Aunque los “constitucionalistas” del PP, PSOE y C´S para exhibir vergonzantemente la bandera de España la acompañen de la de Eurolandia, como si la panacea a nuestras tensiones centrífugas se pudiera superar y dirimir en la pretendida supranacionalidad europea, la realidad es que el Euro-Reich comandado por Berlín es el faro y acicate de todos los separatismos europeos.