La presencia británica en Gibraltar se puede interpretar a la luz del tratado que dio carta de naturaleza a la ocupación del Peñón hace tres siglos, bajo la argumentación jurídica que se quiera, a favor o en contra, y apelando a toda la jurisprudencia en derecho internacional habida o por haber. Pero lo cierto es que, llegados nuestros días, lamentablemente, España ha sido incapaz de enviar a los hijos de la Gran Bretaña de retorno a las islas de donde proceden.
Peor aún, bajo el régimen juancarlista se ha alcanzado las máximas cotas de abandono y entreguismo en el contencioso de la Roca: los sucesivos gobiernos del Borbón, tanto del PP como del PSOE, han introducido en las renqueantes negociaciones con Londres el aberrante principio de “cosoberanía,” por el que no sólo se reconoce legitimidad al Reino Unido sobre esta porción de territorio nacional, sino también a los llanitos, meros colonos al servicio de su metrópoli a quienes, además, se les ha procurado una cómoda existencia abriéndoles la verja, prestándoles servicios esenciales y permitiéndoles el aterrizaje de sus aviones en una pista ganada sobre las aguas de España.
Este enclave británico es inaceptable: al margen de servir de paraíso fiscal y nido de contrabandistas, es una base militar destinada a la reparación de la chatarra nuclear de la Royal Navy. Recientemente, su tartana submarina HMS Tireless volvía a fondear en Gibraltar para tareas de mantenimiento. Además, la colonia debe calificarse como hostil: manifiesta un expansionismo agresivo sobre aguas territoriales españolas mediante su dragado, así como con el hostigamiento continuo de los trabajadores que faenan en el mar del Campo de Gibraltar y la Línea.
La sumisión atlantista del juancarlismo admite transigir con los juegos coloniales de su aliado británico de la OTAN. Los nacional-republicanos, no. Pongamos fin al dominio colonial británico sobre Gibraltar:
¡Fuera España de la OTAN!
¡Gibraltar español!