Fidel Castro ha regresado de entre los muertos para dejar boquiabiertos a muchos de sus seguidores con sus declaraciones. Se ha unido a la cruzada contra el cambio climático que lanzara el ex vicepresidente estadounidense Al Gore. Se ha posicionado a favor del sionismo en el conflicto de Oriente Próximo, criticando el antisemitismo del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad. Ha resucitado el miedo a un holocausto nuclear como consecuencia de un próximo ataque de EE.UU e Israel contra Irán, y ha apelado al único que según su opinión puede evitarlo, el presidente estadounidense Obama.
En lo relativo a su régimen, en una reciente entrevista ha legitimado los cambios que su hermano Raúl está introduciendo en la economía cubana. Con su aseveración de que «el modelo cubano ya no funciona ni para nosotros», el octogenario caudillo cubano ha creado una polémica que ha descolocado a sus partidarios, dentro y fuera de la isla antillana. Tan aparentemente nítido mensaje fue interpretado por sus entrevistadores así: era el reconocimiento del fracaso del modelo económico comunista cubano y un tácito apoyo al cambio de rumbo que Raúl Castro y la vieja nomenclatura están poniendo en práctica de manera gradual. En un discurso posterior Fidel no ha querido aclarar sus intenciones, limitándose a asegurar que su «respuesta significaba exactamente lo contrario de lo que ambos periodistas norteamericanos interpretaron sobre el modelo cubano». Un desmentido lo suficientemente confuso para que no tenga validez.
En cualquier caso, lo cierto es que la dictadura cubana ha anunciado que permitirá la creación de pequeños negocios y que éstos podrán contratar mano de obra y comercializar directamente sus productos. Estas reformas se unirán a otras previas, como la autorización del pluriempleo o el reparto de tierras entre pequeños agricultores. Además, se va a fomentar el sector turístico de la isla, ya en manos de empresas extranjeras, con la construcción de campos de golf y se va a levantar la prohibición a la compra de viviendas por extranjeros.
Se apunta en el horizonte una evolución “a la china” del régimen cubano: la introducción paulatina de elementos propios de la economía capitalista en cuanto a la pequeña propiedad y la iniciativa individual, mientras que la oligarquía del régimen detenta todo el tiempo que pueda el control de los grandes sectores económicos. Todo ello con objeto de incorporar paulatinamente a Cuba en el orbe capitalista sin renunciar a su monopolio del poder político.
Esta previsible vía plantea dos cuestiones. Una de carácter geoestratégico y que afecta a la región caribeña. El fortalecimiento de los lazos económicos y políticos de Cuba con la República Popular China entra en contradicción con la alianza estratégica que la Venezuela de Hugo Chávez ha concertado con Irán. Está por ver cómo afectará esta divergencia estratégica a las estrechas relaciones de dependencia entre Caracas y La Habana.
La otra tiene que ver con la izquierda expañola que todavía se declara firme defensora del “bastión cubano” como referente anticapitalista. Ahora que, en sus análisis, China ha pasado a ser un integrante más del orden capitalista global, la evolución que presumimos del régimen cubano les dejará sin su último referente mítico-simbólico, les dejará huérfanos de un modelo inspirador en su inevitable descenso al mausoleo de la historia.