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El reino de España hacia la “quiebra ordenada”
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El marco de la crisis general

Malas noticias para los teóricos de un ”capitalismo globalizado” que sería capaz de superar armónicamente sus convulsiones. La reciente reunión del G-20, integrado por los principales países industrializados junto con algunos llamados “países emergentes”,  no ha resuelto nada. El líder chino Hu Jintao, al final de la reunión, ha comentado: «No había acuerdo siquiera sobre la hora de inicio de las sesiones». Las principales potencias imperialistas se dividen sobre cómo enfrentar la crisis; se acentúa su competencia, estallan las “guerras de divisas” y el «sálvese quién pueda». Reaparece los repliegues proteccionistas

USA se apoya en su hegemonía para exportar su crisis. Ya antes de la cumbre del G-20, la Federal Reserve, (la Fed, banco central de EEUU) anunció la emisión de 600.000 millones de dólares para adquirir bonos del Tesoro de su propio país, así como una política de devaluación del dólar frente a las otras monedas. Con esas medidas, USA reduce su deuda, abarata sus exportaciones y restringe las importaciones de productos de otras potencias industriales, como Alemania y Japón.

Este golpe se suma a los múltiples que zarandean a Eurolandia. Un crecimiento económico aún más raquítico que el de USA. Una imposibilidad de arbitrar políticas monetarias flexibles: la disposición de una moneda común (el euro) se contradice con la heterogeneidad presupuestaria y fiscal de los Estados miembros. Un hundimiento de las cuentas públicas de diversos países como principal resultado de sus ayudas para evitar la quiebra de los bancos y otros sectores del gran capital.

 

Eurolandia: fractura de los eslabones débiles

Crujen los eslabones más débiles de la cadena de la Unión Europea. La UE, auxiliada por el Fondo Monetario Internacional, ha corrido a  tranquilizar a “los mercados”, es decir, a los prestamistas financieros centro-europeos (bancos, fondos de inversión, fondos de pensiones, aseguradoras, etc.) frente al riesgo de naufragar en un torbellino de quiebras soberanas. Para ello ha constituido un “fondo europeo de estabilidad financiera” de 750.000 millones de euros. Su aplicación se inició con Grecia y ahora le ha tocado el turno a Irlanda.

Lo de Grecia se limitaba a un significativo incremento del déficit y de la deuda pública. Lo de Irlanda ha sido más grave. El “milagro” del “tigre celta”, glosado como “paradigma de crecimiento” por todas las corrientes neoliberales, se basaba en una combinación de burbuja inmobiliaria y paraíso fiscal. Se ha saldado en una crisis bancaria descomunal, que ha hundido el marcador de las cuentas públicas. Por ello, a diferencia de Grecia, se ha hecho preciso un plan de doble “rescate”: privado y público. El próximo paso parece ser Portugal, con una economía estancada desde hace casi una década y en la que existe una importante inversión de los bancos y cajas españoles.

Lo de España puede ser como Irlanda pero multiplicado por ocho. Una deuda astronómica de los bancos y las cajas –que ha sido encubierta con ayuda del Banco de España y el propio Banco Central Europeo– y un creciente déficit y deuda pública. Estos últimos son el producto del auxilio a los bancos y al proceso de reestructuración de las cajas, del crecimiento de los gastos sociales disparados por el desmoronamiento de la actividad económica y el empleo, de la dependencia energética –con costes agravados por el clientelismo de las insostenibles energías sostenibles–, de la financiación del absurdo y parasitario marco que componen el Estado autonómico y un demencial minifundismo municipal. Con el agravante de que el 70% del déficit público (autonomías y ayuntamientos) está completamente fuera de control.

 

De los “planes de rescate” a las “quiebras ordenadas”

El citado “fondo europeo de estabilidad financiera” ha sido presentado como instrumento de rescate de los países en vías de quiebra. Pero su finalidad se reduce al rescate de las entidades financieras acreedoras, su liberación de todo riesgo de impago. Ese fondo, en su mayoría, es aportado por los Estados miembros de la eurozona; cada uno de ellos paga en función de su contribución al presupuesto del BCE. Para costear esas aportaciones, cada Estado emite deuda avalada por el Tesoro. Los intereses de esa deuda se pagan con el dinero de los contribuyentes, ya que van contemplados en los Presupuestos Generales de cada año.

En principio, esta vía de repugnante latrocinio consistente en premiar a los prestamistas fracasados a costa del sacrificio de todos, debía extender su vigencia hasta diciembre de 2012. Puede ya afirmarse que ya está completamente desfasada.

De entrada, no ha proporcionado tranquilidad al vampirismo financiero. La garantía de un rescate condicionada a una fecha de caducidad se ha revelado insuficiente para restaurar la calma en “los mercados”.

Por otra parte, la factura de Grecia (110.000), Irlanda (85.000) y la que pueda suponer Portugal amenazan con superar un tercio de la magnitud global del fondo. Es prácticamente unánime la opinión de que no habrá dinero suficiente en el fondo para detener el desplome de España hacia el default.

El problema es que el tamaño de la economía española impide dejarla caer, sin más. Diversas propuestas, brotadas de la Comisión Europea o del Banco Central Europeo, han tratado de darle solución. Así, se ha estado hablando de un incremento del fondo europeo de estabilidad financiera, o de préstamos entre Estados.

La cuestión básica que eluden estas propuestas es que, conforme más Estados son “rescatados”, se incrementa la carga para los Estados restantes (avalistas del fondo) y, con ello, asciende su deuda y disminuye su solvencia, y se infla cada vez más la pelota de la deuda pública en Europa que, por sus dimensiones, es mucho más temible que la de las subprime que golpeó a la economía norteamericana. A la vez, los Estados pasan a sufrir una creciente presión pública (rechazo de los contribuyentes), y riesgos de inestabilidad política.

Tales propuestas han topado con la negativa de Alemania, que ya exigió el despliegue de una línea de quiebras ordenadas a partir de finales de 2012. Ahora Merkel, además de anunciar que Alemania no aportará más fondos para el “rescate” de España, vuelve a insistir en que los inversores de deuda pública y los tenedores de deuda de otras entidades deben asumir pérdidas a partir de reestructuraciones ordenadas. Estas reestructuraciones implican básicamente dos expedientes: el de la quita –minorización de la deuda– y el de la espera –aplazamiento de su pago–. Ambas suponen, aparentemente, el sacrificio de las finanzas acreedoras centro-europeas en beneficio del "interés general".  

 

Pérdida definitiva de soberanía y colonización

Algunos críticos de la propuesta de Merkel han argumentado, en relación con España, que si su quiebra incluyera una reestructuración de la deuda con quita para los inversores, ello excavaría un gigantesco agujero negro en los balances de los bancos de medio Europa, ante todo en los bancos alemanes y franceses.

Ahora bien, ese sacrificio puede ser ampliamente compensado. El cambio de deuda por acciones –que ya se ha iniciado en la banca irlandesa– puede abrir en España un formidable proceso de centralización financiera en manos de los capitales germanos y franceses. Súmese a esto el favorable paisaje del que disfrutarán esos capitales por efecto de las vueltas de tuerca a los planes de ajuste que nos serán impuestos.

Estos planes supondrán el abismamiento de salarios públicos y privados y supresión de elementales derechos laborales; la constitución de un gigantesco ejercito industrial de reserva presionando a la baja todas las condiciones laborales –Niño Becerra ha vuelto a insistir en un  30% de desempleo en dos años–; incrementos generalizados de impuestos; hachazos al sistema público de pensiones para fomentar los planes privados; compra a precio de saldo de sectores económicos enteros, empezando por el de la alimentación; adelgazamiento extremo de los gastos sociales; privatizaciones, “liberalizaciones” y eliminación del más mínimo resquicio de autonomía nacional a favor por una “gobernanza europea”. Para que todo el mundo sepa quién manda en Europa mientras ésta sea un espacio capitalista.

 

No reconocimiento de la deuda

La deuda no es de la población española trabajadora. La deuda ha sido contraída, ante todo, por los bancos y cajas del régimen juancarlista con las finanzas europeas para cebar los grandes negocios del ladrillo. Y la deuda pública proviene del esfuerzo de ese mismo régimen en tapar los agujeros del sistema financiero, mantener el artefacto autonómico y alimentar el despilfarro de su partitocracia. Con ello, la deuda deviene finalmente un lazo del imperialismo europeo para esquilmar a la ciudadanía española y colonizar lo que queda de España y otras naciones del continente. Lo que no se consiguió con la Wehrmacht, se habrá conseguido con la deuda.